Las pymes tienen el potencial de ser verdaderas exploradoras del cambio. Hay que celebrar (y aprovechar) su capacidad de experimentar, equivocarse y reinventarse sin pedir permiso.
Por Uriel Naum Avila - Director de Empresas 2030
Cuando pensamos en innovación, solemos imaginar laboratorios futuristas, pizarras llenas de fórmulas y corporativos con presupuestos millonarios.
Pero la realidad en México y Latinoamérica es otra: la verdadera innovación ocurre en locales de 40 metros cuadrados, en cocinas improvisadas, en talleres donde el WiFi apenas llega. Ahí, en las pymes, es donde se cuece el futuro.
Las pymes tienen algo que las grandes no: hambre. Hambre de sobrevivir, de crecer, de encontrar soluciones con lo que hay. No tienen tiempo para comités ni para estudios de mercado eternos. Si algo no funciona, se cambia.
Si algo funciona, se mejora. Y si no hay dinero, se inventa una forma de hacerlo sin él.
He visto panaderías que usan TikTok para vender más que cadenas con sucursales en todo el país. Cafeterías que convierten sus mesas en espacios de coworking. Talleres mecánicos que agendan citas por WhatsApp y mandan cotizaciones en PDF (incluso compran sus refacciones por Apps).
No es magia, es necesidad. Y la necesidad, como sabemos, es la madre de la innovación.
Lo más fascinante es que muchas veces estas ideas nacen sin saber que son “innovadoras”. No hay pitch, ni incubadora, ni mentor. Solo alguien que dijo: “¿Y si lo hacemos diferente?”. Esa frase, tan simple, es el motor que mueve a miles de negocios en nuestra región.
Aquí van tres claves sencillas pero poderosas:
No esperes a tener “todo listo” para lanzar una nueva idea. Haz pruebas pequeñas, con clientes reales, y aprende sobre la marcha. El mejor termómetro es el mercado, no la perfección.
Tus clientes, proveedores y hasta tus empleados tienen ideas que pueden transformar tu negocio. Pregunta, escucha y toma nota. A veces, la innovación viene de quien menos esperas.
Dedica un rato cada semana para explorar nuevas herramientas, tendencias o casos de éxito. No necesitas ser experto en tecnología, solo tener la disposición de aprender algo nuevo constantemente.
Claro que no todo es color de rosa. Innovar también significa equivocarse. Lanzar un producto que nadie quiere.
Apostar por una estrategia que no cuaja. Pero en las pymes, el error no es un lujo, es parte del proceso. Y como el margen de maniobra es pequeño, el aprendizaje es rápido y brutalmente honesto.
Así que cuando alguien me pregunta dónde está la innovación en Latinoamérica, no pienso en Silicon Valley ni en los grandes corporativos.
Pienso en la señora que convirtió su miel en una marca con envíos a domicilio. En el joven que creó una app para conectar artesanos con compradores. En el dueño de una ferretería que ahora vende por Mercado Libre.
Las pymes son laboratorios vivos. No tienen batas blancas ni protocolos, pero tienen algo más valioso: la libertad de probar, de fallar y de volver a intentar, así como mucha flexibilidad para adaptarse y tomar decisiones rápidas (cosa que los grandes corporativos no tienen).
Y en esa libertad, está el germen de todo lo que pueden construir.
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